domingo, 10 de junio de 2012

Calida Arena



—¿Mi reina? —grité—. ¿Dónde estás?
—Aquí. 
Ella salió de entre las sombras que había más allá de la puerta. 
Lucía una serpiente ornamentada enroscada en el antebrazo derecho; las escamas de cobre y oro centelleaban cuando se movía.
 No llevaba nada más. 
«No —quise decirle—, sólo he venido a decirte que tengo que partir», pero cuando la vi, deslumbrante a la luz de las velas, perdí el habla. Tenía la garganta tan seca como las arenas del desierto. 
Me quedé en silencio, embriagado ante la gloria de su cuerpo, el hueco de la garganta, los pechos abundantes con grandes pezones oscuros, las curvas exuberantes de la cintura y las caderas. 
Y de pronto, sin saber cómo, la tenía entre los brazos y ella me estaba quitando la ropa. Cuando llegó a la camisa que llevaba me la agarró por los hombros y desgarró la seda hasta el ombligo, pero ya nada me importaba. Sentía la piel suave bajo los dedos, tan cálida como la arena. 

Le alzé el rostro y busqué sus labios. La boca de la mujer se abrió bajo la mía; sus pechos me llenaron las manos. Tenía la cabellera espesa y rubia con toques de rubí, olía a jazmín, y aquel sabor a sal de su piel me provocó una erección casi dolorosa. 
—Tócame —me susurró la mujer al oído.
 Pasé la mano más allá de la suave curva del vientre para buscar el dulce lugar húmedo bajo el poco vello oscuro—. Sí, así —murmuró ella mientras introducía un dedo en su interior. Dejó escapar un gemido, me arrastró hacia la cama e hizo tumbarme—. Más, más, sí, mi cielo, mi dulce caballero blanco, sí, sí, a ti, te deseo a ti. —Me guió hacia su interior y se abrazó a mi para atraerme con más fuerza—. Más —susurró—. Más, sí. 
Me rodeó con unas piernas fuertes como el acero. Sus uñas me arañaron la espalda mientras la embestía, una vez, y otra, y otra, hasta que dejó escapar un grito y arqueó la espalda contra el colchón. «Ahora mismo podría morir feliz», pensé y, al menos durante unos instantes, estuve en paz. No caí. 
Todavia sentia mi corazón latir mientras seguia abrazado a ella.
 «¿Qué estoy haciendo? —me pregunté—. Soy un simple muchacho que esta enlazado a ella.» 
Rodé hacia un lado y mee quedé tendido, contemplando el techo.  «Sólo la veo a ella. Podría asomarse un dragón a la ventana, que yo no habría visto más que sus pechos, su rostro, su sonrisa.» 
—Hay vino, bebe tú, a mi no me gusta —me susurró contra el cuello. Me pasó una mano por el torso—. ¿Tienes sed? —No. 
Se echó a un lado y se sentó en el borde de la cama. Hacía calor, pero estaba temblando. —Tienes sangre —me dijo ella—. Te he arañado.

Cuando me rozó la espalda, me estremecí como si sus dedos fueran de fuego
—Te tiemblan las manos —señaló ella—. Me parece que preferirían estar acariciándome. ¿Tanta prisa tienes en ponerte la ropa? Debes ser mas remolón cielo; Te prefiero tal como estás. En la cama, desnudos, somos nosotros de verdad, un hombre y una mujer, amantes, una sola carne, tan cercanos como pueden estar dos seres humanos. La ropa nos convierte en personas diferentes. Yo prefiero ser carne y sangre, solo tuya y tu... deberias curar ese corazón herido
Te busco y no te encuentro y me estoy cansando,
nadie me entiende, tan solo el papel que me esta escuchando.
Y tengo miedo, lloro y tiemblo apoyado sobre una almohada,
porque siento que el tiempo va mas lento y se para,
nos separa el uno del otro,
noto
que ya no podré querer con el corazón hasta juntar sus trozos.

Lo peor es no querer abrir los ojos, de verdad,
si no lo haces tu nadie podrá observa la realidad
todo esta oscuro, la luz ya no esta al final del túnel,
intento evadirme cuando mi corazón huye.
Sonrío aunque mi corazón este triste,
busco algo en algún lugar que hoy ni siquiera se si existe
me siento atado sin fuerzas para hacer nada
me paro a pensar y a ver como el tiempo se me escapa.
Mis ojos me delatan aunque intente hacerme el fuerte,
estas lagrimas son solo una pagina mas,
como muchos me pregunto, ¿ Que será lo que hice mal?
cada día que pasa, me va cubriendo mas el mar...