No quiero mirarla a los ojos, no aún, no hasta que sepa que he logrado mantener el control. Esa mirada ya me ha embrujado antes, haciéndome perder la noción del tiempo. Permanece tumbada bajo mis órdenes, esperando que mis manos se aventuren a explorar todo su ser, esperando que posea cada milímetro de su piel, de sus labios…de su mirada. Dios, sólo deseo tener el control absoluto de esa mirada desafiante y ardiente. Es de ese tipo de miradas que hace que tengas ganas de salir corriendo pero quieres enfrentarlas a la vez. Desafiante y sumisa a la vez.
No sabe a lo que se enfrenta, no sabe los peligros que aguardo. Por ello parece tan inocente, tan irritablemente inocente y, sin embargo, tan consciente de lo que le aguarda. Sabe que no podré estar en control mucho más tiempo y se atreve a desafiar mi fuerza de voluntad. Me sonríe y me mira, obligándome a responderle y clavar nuestras miradas de manera recíproca.
Me aventuro a masajes más estimulantes y precisos alrededor de todo su cuerpo y por fin decide rendirse. Me besa apasionadamente olvidándose de quién es y quién soy. Acaricia mi piel suavemente y yo la suya salvajemente. El deseo es mi dueño y sólo deseo hacérselo saber de una manera dura y suave a la vez. Nos vamos desnudando hasta que el frío se hace eco en todo nuestro cuerpo. Noto la lujuria en sus manos, sus labios y su mirada y así me lo hace saber devorando cada parte de mi cuerpo.